miércoles, 14 de enero de 2009

EL HAMBRE

En defensa de la seguridad y la soberanía alimentarias.

por Agustín Morán
13/01/2009
El hambre es síntoma de una alimentación insuficiente. La vida humana necesita una cantidad mínima de calorías diarias (entre 2000 y 2500). Estas calorías proceden de un combustible, los alimentos, cuya transformación suministra la energía necesaria para el funcionamiento del organismo humano. Sin alimentos suficientes hay un déficit de energía y la vida humana se degrada y tiende a extinguirse.
Los nutrientes principales son: proteínas, hidratos de carbono, grasas, minerales y vitaminas. Una alimentación saludable y completa debe ser suficiente y variada. La carencia de uno o varios de los nutrientes esenciales es causa de enfermedades e incluso, de la muerte. La falta de proteínas influye en el desarrollo, reduciendo el peso, la talla y la resistencia a las enfermedades.
El hambre es la peor de las exclusiones. Degrada la naturaleza humana y deshumaniza a las personas, convirtiéndolas en prisioneras de su hambre y reduciendo su salud y su esperanza de vida. La mortalidad infantil de los países empobrecidos multiplica por 10 la de los países ricos. La esperanza de vida de algunos países de Africa Subsahariana es la mitad que la de los países europeos. Paradójicamente, una buena parte de los cereales, grasas y azúcar que consumen los países ricos, proviene de países en los que el hambre campea a sus anchas.
En 1950 la FAO (organización de la ONU para la alimentación) estimaba que las dos terceras partes de la humanidad estaban subalimentadas, es decir, no llegaban a 2000 calorías diarias. Cincuenta años después, a pesar del vertiginoso aumento de la producción alimentaria en el mundo, los desnutridos no sólo siguen sin disminuir, sino que, por el contrario, aumentan. El mapa del hambre es el mismo que el mapa del subdesarrollo colonial y neocolonial. Dicho de otra manera, el hambre es producto de la dependencia de los países empobrecidos respecto de los países capitalistas más avanzados. Desde principios del siglo XX, solo las revoluciones populares han conseguido erradicar el hambre, la pobreza y la ignorancia de forma generalizada. A pesar del cerco del capitalismo y de sus propias deficiencias, el triunfo de la revolución rusa en 1917, de la revolución China en 1949 y de la revolución cubana en 1959, han conseguido acabar con el hambre e integrar material y socialmente a su población en una pobreza digna.
El desarrollo capitalista crea élites opulentas al lado de simas sociales en las que malviven las mayorías. Las potencias coloniales (Inglaterra, Francia, Holanda, España, Bélgica, EEUU, etc) imponen a países de África, Asia y América políticas agrícolas basadas en monocultivos para la exportación. Durante la etapa colonial, el expolio de materias primas y recursos naturales se dirigían a la metrópoli. A partir de 1950, tras la descolonización, dichos recursos se dirigen a los mercados internacionales controlados por las multinacionales de los países ricos. Las políticas agrícolas y alimentarias basadas en el “libre comercio” mundial están en el origen del hambre, la desnutrición, las enfermedades y la mortalidad infantil. Tras la 2ª Guerra Mundial, el proceso de descolonización transformó profundamente el sistema internacional de Estados, pasando de albergar 53 a 175 estados en 30 años. Para los nuevos estados – nación, la mayoría creados artificialmente bajo la batuta de los imperios en retirada, se repite el mismo proceso de expolio, intercambio desigual, dependencia y subdesarrollo, pero ahora, no a cañonazos sino mediante la “mano invisible” del mercado mundial.
Las instituciones causantes de estos crímenes no son de “infausto recuerdo”. Siguen activas y perpetrando los mismos desmanes: Se llaman Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial de Comercio (GATT hasta 1991), G-7, OCDE y Unión Europea.
Las causas del hambre
El hambre no es un fenómeno natural. No depende de la escasez de tierras, de la naturaleza inclemente o del crecimiento demográfico. La superficie de la tierra está ocupada en 2/3 por agua. La tierra seca supone alrededor de 14 mil millones de hectáreas. La mitad es cultivable, pero solo está en producción el 12% de dicha superficie. La superficie necesaria para producir la alimentación anual de una persona no llega a media hectárea. Para una población de seis mil millones de seres humanos basta con cultivar 3000 millones de hectáreas.
Aunque todas las tierras no tienen la misma fertilidad, con un modelo de producción agroecológica y los recursos adecuados, se conseguirían recuperar y poner en producción muchas tierras abandonadas y terrenos desertizados.
El crecimiento demográfico
La causa del hambre no es la superpoblación. Las tasas más altas de crecimiento demográfico se producen en un entorno social de desnutrición y pobreza, y simétricamente, el coeficiente de natalidad disminuye con el aumento del nivel de vida.
La ley de Malthus, formulada a finales del siglo XVIII, afirmaba que mientras la producción de alimentos crece de forma aritmética (1, 3, 5, 7, 9, etc), la población crece de forma geométrica (1, 2, 4, 8, 16, 32, etc). Para la despiadada teoría de Malthus, la divergencia entre personas y recursos supone que: “las personas que vienen a un mundo ocupado, si no pueden obtener de sus padres la subsistencia y si la sociedad no necesita de su trabajo, no tienen derecho a reclamar su ración de alimento y, en realidad, están de más”.
Estas previsiones, se basaron en la observación de los excedentes de mano de obra producidos por la introducción del maquinismo y la gran industria durante la primera revolución industrial inglesa (1800 – 1860). La realidad ha desmentido la profecía maltusiana demostrando, doscientos años después, que los recursos alimentarios han crecido más rápidamente que la población.
El crecimiento del hambre no se debe a la escasez, sino a la destrucción del campesinado, la industrialización, la urbanización, la globalización, la contaminación, la desertización, el robo de tierras comunales, las invasiones, las guerras y la entrega de la alimentación al mercado. Es decir, al capitalismo. En la historia de la humanidad no ha habido ningún modelo civilizatorio más productor de hambre que el capitalismo.
El libre comercio
El crecimiento del comercio mundial de alimentos tiene como finalidad el lucro económico y está regulado por una lógica violenta, la competitividad. Esta turbina de destrucción creadora de desigualdad, hambre y violencia, tiene como protagonistas a las empresas multinacionales y como cómplices necesarios los estados, las instituciones del capitalismo internacional (FMI, BM, OMC, UE, OTAN) y los consumidores irresponsables, que somos casi todos. La globalización y mercantilización de los alimentos no es un proceso natural ni pacífico. Exige la desintegración social y económica de los modos tradicionales de producir alimentos y la desaparición o marginación de sus protagonistas, l@s campesin@s, sustituidos por los grandes empresarios del “agrobusiness”.
Los desequilibrios alimentarios, territoriales y ecológicos no se deben al aumento de la población sino al modelo de desarrollo capitalista. Este modelo desplaza de sus tierras a millones de campesin@s, arruinados por la competencia de las multinacionales, expulsados por las invasiones o las guerras. El “mercado libre” envenena el agua, la tierra y el aire y destruye los recursos naturales. La ley de rendimientos decrecientes, hasta ahora, no tiene como variable la densidad de población (cuanta más gente menos rendimiento), sino la tecnología aplicada al aumento de la productividad, la urbanización salvaje, el transporte de mercancías y la motorización. Todos ellos rasgos del capitalismo global.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (F.A.O.)
En 1943, la ONU realizó la primera “Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Alimentación y la Agricultura” en Hot Springs, Virginia, EEUU. Esta conferencia, se dedicó a los problemas de desnutrición y desabastecimiento alimentario agravados por la 2ª Guerra Mundial. Para resolver estos problemas, la ONU creó la FAO (Food and Agriculture Organization of the United Nations) que se constituyó en Québec-Canadá en 1945.
La FAO se concibió como una organización consultiva compuesta por gobiernos que comenzó en Roma con 42 miembros. Su actividad consiste en detectar los problemas alimentarios mediante encuestas a los países miembros, fomentar la cooperación en materia de agricultura y abastecimiento recomendando políticas de producción y utilización de los excedentes alimentarios así como asistencia técnica e investigación, organización y educación.
La FAO viene realizando Campañas Mundiales contra el hambre desde 1960. La Primera Campaña Mundial, se desarrolló entre 1960 y 1965. En el contexto de dicha campaña el Congreso Mundial de la alimentación (Roma 1963), propuso intervenir a través de la ONU en los procesos de producción, distribución y consumo de alimentos. En el documento “Principios y Métodos que rigen la Campaña Mundial contra el hambre” se establecieron las políticas respecto a: 1) Fertilidad de la Tierra (abonos, aguas, erosión y rotación de cultivos), 2) cultivos (promoción del cultivo de arroz y legumbres, protección fitosanitaria, jardines y bosques), 3) producción animal (granjas industriales, lucha contra los parásitos, inseminación artificial), 4) pesca (modernización y mecanización, piscicultura) , 5) bosques (producción de madera para leña, talada racional, plantación de especies de crecimiento rápido), 6) tratamiento, conservación y transporte de los alimentos.
Lo que realmente ha aportado la FAO en la lucha contra el hambre, ha sido la globalización de la “revolución verde” que consiste en la utilización masiva de abonos, pesticidas, insecticidas y conservantes de origen químico en los alimentos, así como la industrialización y la producción y distribución de alimentos a gran escala para el comercio mundial.
Estas políticas, lejos de resolver los problemas de la agricultura y la ganadería para dar de comer a todo el mundo, han resuelto los problemas del gran capital invertido en el agronegocio, aumentando los problemas de hambre y desnutrición. También han resuelto los problemas de empleo de miles de funcionarios y burócratas que con sus encuestas mundiales, nos informan periódicamente del avance del hambre y las enfermedades alimentarias sin tomar partido contra sus verdaderas causas.
El director de la FAO, Jacques Diouf, advirtió -como aportación trascendental de esta agencia- que “si los gobiernos no frenan la subida de precios de arroz, trigo y maíz, el hambre y el malestar social desembocarían en grandes disturbios”. El precio del arroz ha pasado de 300 dólares por tonelada en 2007 a 550 dólares en Abril de 2008, el trigo de 200 a 400 dólares y el maíz de 180 a 215 dólares. Los precios de los cereales han subido en el último año un 88%. En muchos países la cesta básica de alimentos ha aumentado su precio el 57% en un año. El aumento de la producción de cereales crecerá en 2008 el 2,6% pero la demanda para consumo animal y para los agrocombustibles así como la subida del precio de los carburantes, seguirán empujando los precios al alza. La crisis financiera que se abate sobre la economía mundial, desde octubre de 2008 ha producido un descenso en el precio de estos alimentos, pero a costa de aumentar el desempleo, la precariedad y la exclusión.
La carestía de los alimentos no significa lo mismo en las grandes superficies de los países ricos que en los 37 países más pobres en los que el 70% de los ingresos familiares se destinan a la alimentación. Las revueltas por hambre en Haití, Egipto, Camerún, Senegal e Indonesia han ocasionado cientos de muertos y heridos.
La FAO propone reuniones internacionales para recaudar fondos con los que realizar un reparto gratuito de semillas y fertilizantes que aumenten la producción en estos países. Estas buenas intenciones se ven amenazadas por el déficit o el exceso de lluvias, la escasez de reservas mundiales de cereales y la recesión de la economía mundial. Todo menos afrontar el problema de fondo: la mercantilización, industrialización y control de los alimentos por parte de las multinacionales.
¿COEXISTENCIA CON TRANSGÉNICOS?, ¡NO, NO Y NO!
NI CONSUMIDOS, NI IMPORTADOS, NI PRODUCIDOS. ¡PROHIBICIÓN!

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